Ideas clave:
- La modernización aérea argentina con F-16 constituye una normalización estratégica tras un prolongado declive operativo. Se inserta en el segundo ciclo de modernización aérea del Cono Sur.
- La adquisición se inscribe en la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, reflejando una realineación argentina hacia Occidente que puede reconfigurar los mapas de influencia en Sudamérica.
- La condición geopolítica de Chile —insular y carente de profundidad estratégica— convierte su superioridad aérea en un imperativo de disuasión y supervivencia nacional.
- La ventaja de Chile es sistémica y estructural, arraigada en una arquitectura integrada de defensa aérea, dos décadas de experiencia operativa en plataformas de cuarta generación y capital humano consolidado.
- La industria nacional de defensa actúa como multiplicador de fuerza, otorgando resiliencia logística, aunque con vulnerabilidades en la dependencia de la cadena de suministros.
- El dilema de seguridad, aunque latente, se encuentra contenido por la asimetría de capacidades militares y la solidez de los canales de diálogo y consulta bilateral.
- El éxito del programa argentino enfrenta su prueba más compleja en la sostenibilidad, donde el desarrollo de capacidades orgánicas de mantenimiento, logística y retención de personal demanda tiempo y estabilidad política continua.
- La contraposición entre el modelo chileno de evolución defensiva y el patrón histórico argentino de gestión errática demuestra que la suficiencia estratégica se decide en la persistencia de las políticas, no en la magnitud de adquisiciones puntuales.
- En este escenario, la respuesta chilena debe basarse en la continuidad de su modelo de disuasión, priorizando vigilancia informada y ajustes incrementales de inversión, junto con la modernización de su política industrial de defensa orientada a generar resiliencia estratégica frente a la fragilidad de las cadenas de suministro.

I. INTRODUCCIÓN: ATERRIZA LA NUEVA FUERZA F-16 EN ARGENTINA
La llegada del primer lote de cazas F-16 Fighting Falcon a Argentina constituye un hito en la política de defensa del Cono Sur. Materializa una decisión estratégica de largo alcance. Algunos integrantes de la comunidad política nacional se preguntan si este hito podría alterar variables del equilibrio de poder, estancadas durante décadas.
Este movimiento argentino forma parte de un proceso más amplio de modernización aérea en el Cono Sur: Brasil consolida su programa F-X2 con la incorporación gradual de cazas Gripen E/F y la participación de su industria (Air Data News, 2022); Colombia ha optado por 17 Gripen E/F para reemplazar sus Kfir (Saab, 2025); y Perú ha iniciado un programa de reemplazo de sus Mirage 2000 y MiG-29, con autorizaciones y anuncios que apuntan a la incorporación de cazas occidentales de cuarta generación (Pitas, 2025; Sánchez, 2025).
En este contexto, los F-16 argentinos son el caso más visible de una tendencia regional: las principales fuerzas aéreas sudamericanas buscan converger en un estándar mínimo de combate de cuarta generación, tras décadas de obsolescencia acumulada para el caso trasandino.
Para analizar la incorporación del primer lote de cazas F-16 a la Fuerza Aérea Argentina (FAA) evitando lecturas alarmistas, este informe se fundamenta en fuentes reconocidas y consultas a expertos. La pregunta central —si la modernización aérea argentina equivale a un «rearme» que rompe el equilibrio vecinal en relación a Chile— se aborda desde una perspectiva del realismo estructural, enfocada en tendencias de largo plazo y en la arquitectura sistémica del poder aéreo más que en el impacto inmediato de una adquisición puntual (Mearsheimer, 2001; Walt, 1987).
La cuestión no es solo cuánto se acerca Argentina en plataformas de combate, sino si este movimiento altera parámetros estructurales del balance vecinal o, por el contrario, representa una normalización desde un nivel de debilidad extrema.
Para evaluar el impacto, el análisis debiera emplear una matriz multidimensional que considere variables geopolíticas: posición geográfica, vulnerabilidades inherentes, doctrinas estratégicas, alianzas históricas y la influencia de la competencia entre grandes potencias.
Sobre esta base, se debe examinar la interacción entre capacidades ofensivas y defensivas integrales, entendiendo que la potencia militar es un sistema complejo donde la sinergia entre elementos duros y blandos determina su efectividad real.
Este informe evalúa específicamente el impacto de la modernización aérea argentina sobre el equilibrio estratégico en el ámbito del poder aéreo para determinar si se potencia el dilema de seguridad a nivel vecinal (Jervis, 1978). Sin desconocer que un análisis integral debiese incorporar una ecuación más amplia, incorporándo el eje Atlántico Sur y norfronterizo.
Aunque el balance de poder general se sustenta en múltiples dominios, el poder aéreo constituye un ámbito privilegiado de análisis por su carácter transversal, capacidad de proyección y rol histórico como termómetro de las capacidades técnicas y organizativas de una nación, proporcionando a los tomadores de decisión chilenos una aproximación a un diagnóstico fundado para la reflexión y acción futura (Baquero-Valdés, 2020).

II. Degradación histórica DEL PODER MILITAR ARGENTINO: se revierte UN PATRÓN ESTRUCTURAL
Desde la posguerra de Malvinas (1982) y el retorno a la democracia (1983), las Fuerzas Armadas argentinas ingresaron en un proceso de degradación sostenida, en el que la combinación de bajo consenso político, crisis económicas recurrentes y una gestión errática de la defensa —con picos acotados de inversión seguidos de prolongados períodos de desatención— fue desmantelando capacidades previamente construidas. (Battaleme & de Santibañes, 2019).
Sobre ese deterioro estructural se proyectaron, además, las restricciones externas derivadas del embargo británico, que no lo originaron, pero sí bloquearon y encarecieron los intentos posteriores de recapitalización y modernización.
La desconfianza pública y las crisis económicas de los años 80, 90 y 2000 llevaron a drásticas reducciones presupuestarias. El gasto en defensa cayó de alrededor del 3–4% del PIB en los ochenta a aproximadamente 1% a partir de los noventa, manteniéndose en torno al 0,5% durante décadas (SIPRI, 2025; Banco Mundial, 2024).
En el dilema «cañones o mantequilla», Argentina optó sistemáticamente por el gasto civil, posponiendo la modernización militar y buscando opciones de bajo costo —como material obsoleto o de segunda mano— sin desarrollar una base industrial-logística que garantizara sostenibilidad. Como resultado, la Fuerza Aérea Argentina (FAA) quedó compuesta mayormente por aviones de los años 1970, frecuentemente inoperativos por falta de repuestos y de un sistema de mantenimiento mayor autónomo.
En este deterioro acumulado, el hundimiento del submarino ARA San Juan en noviembre de 2017 marcó un punto de inflexión político y operativo. El caso expuso ante la opinión pública y la dirigencia política el grado de obsolescencia de medios críticos y la precariedad del sostenimiento logístico y de los sistemas de control. La imposibilidad de desplegar una respuesta autónoma robusta consolidó la percepción de «impotencia estratégica», evidenciando que la debilidad atravesaba al conjunto de las capacidades militares argentinas.
Para 2015-2016, la situación de la FAA era crítica: Argentina había dado de baja sus interceptores Mirage III (2015) sin reemplazo y mantenía pocos A-4AR Fightinghawk subsónicos operativos (menos de 7 cazas útiles). En 2016, la FAA ni siquiera contaba con un caza supersónico operativo para escoltar al Air Force One durante la visita de Barack Obama, debiendo la USAF desplegar sus propios F-16.
Esta trayectoria contrasta fuertemente con la evolución sostenida y pragmática de Chile durante el mismo período. Mientras Argentina experimentaba ciclos de expansión y contracción donde incluso el equipamiento adquirido quedaba inoperable por falta de soporte continuo, Chile —consciente de su condición de «isla geopolítica» y sus vulnerabilidades estructurales (falta de profundidad territorial, dependencia comercial)— priorizó una doctrina estratégica basada en la administración de la paz: superioridad operacional, modernización incremental, financiamiento estable y desarrollo de capacidades orgánicas de disuasión (Leyton, 2000; Ministerio de Defensa Nacional de Chile, 2020).
El resultado es que, mientras la FAA avanzaba hacia una «impotencia estratégica», la Fuerza Aérea de Chile (FACh) construyó —mediante planificación de largo plazo— la fuerza de combate más potente y moderna de Sudamérica en relación a su tamaño (International Institute for Strategic Studies, 2024).
En este contexto, la creación del Fondo Nacional de la Defensa (FONDEF) mediante la Ley 27.565 de 2020 se presenta como el intento más explícito de Argentina de establecer una política de Estado para el reequipamiento militar desde el retorno a la democracia (Argentina. Congreso de la Nación, 2020). Diversos análisis académicos argentinos lo caracterizan como «la primera política de largo plazo» en materia de inversión en defensa tras décadas de subinversión, aunque subrayan las tensiones derivadas de la fragilidad macroeconómica del país (Magnani, 2022; Magnani & Barreto, 2023).
La consolidación del FONDEF coincide con una transición política y un giro geopolítico hacia un alineamiento más estrecho con Estados Unidos y socios de la OTAN, reflejado en decisiones como la compra de F-16 daneses y vehículos Stryker estadounidenses, desestimando alternativas chinas previamente consideradas (Berg et al., 2025; Forner, 2024).
Sin embargo, la experiencia reciente muestra que buena parte de los proyectos de inversión en defensa anunciados como hitos —modernización del TAM, programas navales, recuperación de capacidades de la FAA— han enfrentado retrasos, subejecución o implementación parcial. Evaluaciones críticas del propio sistema de defensa argentino advierten que el FONDEF corre el riesgo de reproducir este patrón si no se acompaña de estabilidad macroeconómica, política y fortalecimiento institucional (Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, 2022).
En síntesis, desde 1983 Argentina desatendió su poder militar de manera estructural, no solo por falta de fondos, sino por la ausencia de una doctrina de Estado que vinculara la defensa con un proyecto nacional de largo plazo. El hundimiento del ARA San Juan cristalizó esta decadencia, mientras que el FONDEF y la nueva orientación geopolítica marcan un intento de quiebre de ese patrón —aún más visible en el plano normativo que en el de capacidades consolidadas.
III. CONTEXTO REGIONAL: UN SEGUNDO CICLO DE MODERNIZACIÓN AÉREA EN EL CONO SUR
La interpretación estratégica de la compra argentina se distorsiona si se la analiza como un movimiento aislado. En realidad, se inscribe en un segundo ciclo de modernización aérea en el Cono Sur, donde varias fuerzas aéreas convergen, con diferentes ritmos, hacia plataformas de combate de cuarta generación y arquitecturas de apoyo más complejas.
En Brasil, el programa F-X2 y la selección del Gripen E/F como nuevo caza principal marcan una transición estructural: la Fuerza Aérea Brasileña reemplaza progresivamente a sus Mirage 2000 y F-5 por F-39 Gripen, bajo un esquema de coproducción e integración industrial que ya ha significado la entrega de múltiples aeronaves y la instalación de capacidades locales de montaje y mantenimiento (Air Data News, 2022; Saab, 2023).
Colombia, por su parte, ha concretado en 2025 la decisión largamente postergada de reemplazar su flota de Kfir por 17 Gripen E/F, en un contrato de aproximadamente 3.100 millones de euros que incluye entrenamiento, armamento y acuerdos de compensación industrial y tecnológica (Saab, 2025). La elección colombiana se impone sobre alternativas como el Rafale y el F-16, y representa la mayor modernización de su poder aéreo en décadas.
En paralelo, Perú ha puesto en marcha un proceso de reemplazo de sus Mirage 2000 y MiG-29, con anuncios y decisiones que apuntan a la adquisición de una nueva flota de cazas occidentales de cuarta generación —principalmente Gripen E/F o F-16 Block 70/72— por montos estimados en torno a los 3.500 millones de dólares, en el marco de un esfuerzo integral de modernización de su fuerza aérea (Pitas, 2025; Sánchez, 2025).
Así, el arribo de F-16 a Argentina no inaugura un ciclo de rearme en el Cono Sur: es el punto de recalce de una fuerza aérea que había quedado rezagada frente a vecinos que ya habían iniciado o concretado su transición a cazas de cuarta generación. Para Chile, este contexto implica que la comparación relevante deja de ser exclusivamente bilateral (Chile–Argentina) y pasa a ser subregional, donde la ventaja ya no se expresa en la mera posesión de plataformas avanzadas, sino en la capacidad de articular un sistema de sistemas más robusto y sostenible.

IV. ADQUISICIÓN DE LOS CAZAS F-16: PLATAFORMA, PROCESO Y DESAFÍOS ESTRATÉGICOS DE LA FAA
1. Modelo, origen y contexto geopolítico
En abril de 2024, Argentina firmó con Dinamarca el contrato para adquirir 24 aviones de combate F-16 A/B Fighting Falcon (versiones Block 15 MLU). Se trata de cazas de cuarta generación modernizados que restaurarán una capacidad aérea perdida. Tras la aprobación de EE.UU., se transferirán bajo el programa «Peace Condor», por un monto de USD 301 millones (Scramble Magazine, 2025).
Este acuerdo trasciende lo técnico. Su destrabe en 2023 ocurre en un escenario de competencia creciente entre EE.UU. y China por influencia en Sudamérica. Analistas señalan que la oferta se activó en parte como respuesta al acercamiento de Argentina a opciones chinas (JF-17 Thunder). La perspectiva de que Buenos Aires adquiriera aeronaves chinas actuó como catalizador para que Washington aprobara la venta, buscando mantener su influencia tecnológica y doctrinal en la región (Berg et al., 2025; Forner, 2024). La compra ratifica así una realineación geopolítica explícita bajo el gobierno del presidente Milei, orientado hacia un acercamiento abierto a EE.UU. y la OTAN.
2. Capacidades y el desafío de la sostenibilidad
El paquete incluye elementos de apoyo inicial: 4 simuladores, 8 motores adicionales y repuestos por 5 años. Un complemento de USD 941 millones dotará a los F-16 con armamento moderno: misiles AIM-120D AMRAAM y AIM-9X Sidewinder, además de bombas guiadas (Zona Militar, 2025). La integración de estos sistemas marca un salto cualitativo para la FAA.
Sin embargo, la adquisición es solo el comienzo. La experiencia comparada demuestra que el verdadero desafío estratégico no es la compra, sino el desarrollo de una capacidad orgánica sostenible. Esto implica crear una plataforma de soporte integral: infraestructura aeroportuaria, cadenas de suministro estables, programas de mantenimiento mayor, capacidades de defensa antiaérea y, crucialmente, la retención y formación de capital humano especializado. Chile, por contraste, ha dedicado más de dos décadas a construir esta capacidad orgánica en torno a sus F-16, priorizando procesos rigurosos que garantizan alta disponibilidad operativa y dominio logístico (Solar, 2025).
3. Cronograma y el desafío humano
La entrega se escalonará entre 2025 y 2028. Para asegurar la transición, ya llegó un simulador y el personal comenzó entrenamiento intensivo con apoyo de la USAF y contratistas canadienses. Los primeros pilotos completarán la conversión en enero de 2026 (Scramble Magazine, 2025).
Expertos consultados señalan que el riesgo principal no es la conversión básica, sino la sostenibilidad del alto nivel de calificación. El costo de mantener pilotos entrenados para misiones complejas —como el empleo de armamento guiado de precisión, las operaciones nocturnas avanzadas, las acciones de guerra electrónica y la supresión de las defensas aéreas enemigas— es exponencialmente mayor y requiere un modelo de gestión del capital humano que Argentina deberá desarrollar desde una base debilitada tras años de erosión (Battaleme & de Santibañes, 2019).
4. Infraestructura y logística: construyendo desde cero
Se han iniciado obras en infraestructura en las brigadas aéreas designadas (posiblemente Tandil y Mendoza). Esto evidencia que Argentina debe construir un ecosistema de soporte prácticamente desde cero, tras décadas de operar una flota más pequeña y menos exigente. Carece de tanqueros para reabastecimiento en vuelo compatibles con el sistema de boom de los F-16 (sus KC-130H usan sonda-cesta), lo que limitará inicialmente su radio de acción autónomo (International Institute for Strategic Studies, 2024).
En síntesis, la adquisición de los F-16 representa para Argentina un punto de inflexión tecnológico y geopolítico, pero su éxito como programa dependerá de su capacidad para superar el patrón histórico de gestión errática e implementar un modelo de sostenibilidad de largo plazo que Chile ya ha institucionalizado.

V. ¿REARME Y DILEMA DE SEGURIDAD? PERSPECTIVA DESDE LA CONDICIÓN GEOPOLÍTICA CHILENA
Desde la óptica del realismo estructural, la adquisición de F-16 por Argentina podría interpretarse como un rearme significativo tras décadas de inferioridad militar (Mearsheimer, 2001). Sin embargo, al situarla en el contexto regional, forma parte de un proceso más amplio en el que Brasil, Colombia y Perú también han decidido modernizar sus flotas hacia cazas de cuarta generación y sistemas de apoyo más avanzados.
En términos de balance de poder regional, Argentina aumenta sus capacidades tangibles para reducir la brecha con sus vecinos, pero lo hace convergiendo hacia un estándar que constituye una tendencia subregional. Esto rompe con una postura histórica de «bajo perfil» militar argentino, y puede entenderse como un intento de recuperar estatura estratégica y disuasión, pero no representa un rearme unilateral.
El realismo también advierte sobre el dilema de seguridad: cuando un Estado refuerza sus fuerzas «defensivamente», sus vecinos pueden percibirlo como amenaza potencial (Jervis, 1978). ¿Aplica esto al caso con Chile? La respuesta debe considerar la particular condición geopolítica chilena.
1. La condición insular y la falta de profundidad estratégica
Geopolíticamente, Chile es una «isla continental»: un territorio angosto y fragmentado, carente de profundidad estratégica y con sus centros vitales expuestos. Esta realidad genera una vulnerabilidad existencial que ha moldeado históricamente su pensamiento estratégico militar. Mientras Argentina es una potencia continental con extensas llanuras y profundidad operativa, Chile debe gestionar un territorio donde cualquier penetración aérea puede alcanzar rápidamente centros críticos. Esta asimetría geográfica fundamental obliga a Chile a mantener capacidades de disuasión cualitativamente superiores y sistemas de alerta temprana avanzados, no por ambición hegemónica, sino por imperativo defensivo de supervivencia nacional (Leyton, 2000).
2. La doctrina de la administración de la paz
Desde los Pactos de Mayo de 1902 con Argentina —que introducen el arbitraje general y la limitación de armamentos navales— la política exterior chilena se orienta de manera creciente a defender el status quo territorial por vías jurídicas. Este giro se consolida en la década de 1920, bajo Arturo Alessandri y la consolidación del respeto al derecho internacional como principio rector de la inserción de Chile en la Sociedad de Naciones y en el sistema panamericano.
Sobre esa base, y especialmente después de la crisis del Beagle y la guerra del Atlántico Sur, esta orientación se tradujo en la idea de «administrar la paz mediante la disuasión»: mantener capacidades de disuasión superiores, creíbles y sostenidas que desincentiven conflictos, sin pretensiones revisionistas ni expansivas. Es una política de gestión calculada de riesgos en un entorno geopolíticamente expuesto, donde la superioridad militar se concibe como instrumento para estabilizar el vecindario (Ministerio de Defensa Nacional de Chile, 2020)
3. Contención basada en ventajas estructurales
Esta contención se fundamenta en una evaluación realista de asimetrías estructurales persistentes. Expertos han desdramatizado el impacto de la adquisición de F-16 precisamente porque Chile conserva una superioridad sistémica integral: no solo mayor número de cazas, sino una red integrada de alerta temprana (AWACS E-3D), defensa aérea en capas (NASAMS II), capacidad de proyección (tanqueros KC-135), guerra electrónica madura y, crucialmente, dos décadas de experiencia acumulada y capital humano especializado (International Institute for Strategic Studies, 2024). Argentina, en cambio, inicia un proceso de desarrollo de capacidades que tomará años consolidar y que debe ser monitoreado con diligencia.
4. Un factor de riesgo emergente: La realineación Argentina-EE.UU.
Más allá del equilibrio bilateral, un aspecto geopolítico de mayor alcance merece atención: el fortalecimiento acelerado de los lazos defensivos Argentina-EE.UU. (Berg et al., 2025; Forner, 2024).
Para Chile, país que ha mantenido una relación estratégica privilegiada pero no exclusiva con Washington —equilibrando cuidadosamente su asociación en defensa con una dependencia comercial crítica con China—, el acercamiento argentino plantea un riesgo indirecto. Una Argentina fuertemente alineada con EE.UU. podría, en un escenario de mayor tensión global, alterar los equilibrios de influencia en el Cono Sur, potencialmente restando margen de maniobra a Chile.
No se trata de un riesgo directo, sino de una reconfiguración del mapa de influencias donde Chile podría ver reducida su posición relativa como aliado defensivo principal de EE.UU. en el sur del continente, introduciendo nuevos desafíos a la diversificación en las asociaciones estratégicas de seguridad.
5. Evaluación del riesgo y respuesta estratégica
Por las razones mencionadas, no se ha desencadenado una carrera armamentista visible. En lugar de una espiral de acción–reacción, lo que se observa es una convergencia gradual hacia estándares tecnológicos similares, pero con profundas asimetrías en integración sistémica, sostenibilidad logística y capacidad de mando y control.
Chile continúa con su modernización planificada (estándar M6.6 para sus F-16, integración Link-16), reflejando su continuidad programática característica. Así, el dilema de seguridad se mitiga por:
- La ventaja sistémica sostenida de Chile.
- La naturaleza normalizadora (no disruptiva) del esfuerzo argentino.
- La ausencia de conflicto abierto de intereses inmediato y la existencia de interdependencia económica.
No obstante, desde la lógica realista y considerando sus vulnerabilidades estructurales, Chile debe monitorear con atención dos dinámicas en paralelo: (i) la capacidad real de Argentina para sostener su modernización del instrumento militar y (ii) la evolución de su alineamiento geopolítico con EE.UU. Ambas podrían, a largo plazo, exigir ajustes en la estrategia chilena para preservar tanto su disuasión efectiva como su libertad de acción.
En síntesis, el rearme aéreo argentino no constituye una amenaza directa a la seguridad chilena en el corto plazo, dada la asimetría de capacidades integrales. Sin embargo, sí representa un hito en la reconfiguración del panorama estratégico subregional que Chile debe observar con pragmatismo, recordando siempre su condición de isla continental que no puede darse el lujo de la complacencia.

VI. EL PODER AÉREO COMO SISTEMA COMPLEJO: COMPONENTES CLAVE Y EVALUACIÓN SISTÉMICA
Una conclusión fundamental es que el poder aéreo no se reduce a las plataformas de combate modernas. Es un sistema complejo donde la sinergia de sus componentes sustenta su funcionamiento (Baquero-Valdés, 2020). A continuación se desglosan estos componentes, explicando por qué la sola adquisición de plataformas no garantiza superioridad operativa:
- Infraestructura aeroportuaria y descentralización: Para Chile, con falta de profundidad territorial, la dispersión y modernización de bases a lo largo de 5 brigadas aéreas es una inversión estratégica en continuidad operativa. Argentina, en cambio, concentrará inicialmente sus F-16 en una o dos bases, reflejando un despliegue más vulnerable.
- Radares, sensores y compensación de vulnerabilidades geográficas: Para Chile, la detección temprana a gran distancia es un imperativo existencial. Su adquisición del AWACS E-3D Sentry busca compensar la falta de profundidad creando un «colchón» de alerta. Argentina carece de sensores aerotransportados de largo alcance, limitando su conciencia situacional estratégica (International Institute for Strategic Studies, 2024).
- Comunicaciones tácticas, C3 y guerra en red: Chile está integrando el enlace de datos Link-16, tejiendo una red que permite la guerra cooperativa. Argentina planea equipar sus F-16 con Link-16, pero deberá construir una arquitectura de mando y control moderna, un desafío doctrinal y humano mayor.
- Reabastecimiento en vuelo y logística expedicionaria: Chile opera tanqueros KC-135, una capacidad de fuerza expedicionaria coherente con su rol de vocación oceánica. Argentina depende de KC-130H incompatibles, revelando que su logística está pensada para apoyo interno y contingencia, no para proyección sostenida.
- Doctrina, entrenamiento y capital humano especializado: La dimensión humana es el pilar más crítico. Chile lleva dos décadas entrenando pilotos en tácticas F-16 avanzadas, con un enfoque en la retención de expertise. Argentina, partiendo de una grave descapitalización de personal calificado, debe implementar un modelo sostenible de gestión de capital humano de élite que evite la fuga de talento (Battaleme & de Santibañes, 2019).
- Defensa aérea integrada (IADS): Chile ha desarrollado una defensa aérea en capas que combina cazas F-16, sistemas NASAMS II, una red de radares 3D (GM400, AN/TPS-70, AN/MPQ-64 Sentinel) y aeronaves E-3 Sentry de alerta temprana. Este entramado le permite reforzar el control del espacio aéreo nacional y generar zonas de negación del uso del espacio aéreo sobre infraestructuras críticas, coherente con una estrategia de disuasión por calidad (Ministerio de Defensa Nacional de Chile, 2020).
En contraste, Argentina carece de sistemas SAM modernos de medio alcance: su defensa aérea seguirá apoyándose en artillería antiaérea y misiles portátiles de corto alcance, mientras que la capacidad de defensa de área dependerá casi por completo de los F-16, lo que configura inicialmente un esquema más vulnerable y menos escalonado (International Institute for Strategic Studies, 2024).
- Industria de defensa: autonomía vs. dependencia: Este componente es el multiplicador silencioso. Chile ha seguido un modelo pragmático: invertir en industria solo donde otorgue autonomía crítica. Expertos consultados señalan que es relevante revisar este proceso, en un contexto de tensión geopolítica de las cadenas de suministro, la política industrial de la defensa debe orientarse al fortalecimiento de la resiliencia estratégica (Solar, 2025). Argentina enfrenta el dilema de depender de cadenas de suministro externas o iniciar costosos proyectos de «soberanía» que podrían caer en lo simbólico.
En conjunto, estos elementos constituyen un «sistema de sistemas» donde Chile lleva una ventaja estructural acumulada. La ausencia o debilidad de cualquier componente —como la falta de capital humano sostenible o defensa antiaérea— puede paralizar todo el sistema.
La verificación confirma que el valor militar de la compra de F-16 debe evaluarse en este marco sistémico. Argentina está adquiriendo una plataforma potente, pero aún necesita afianzar todos esos subsistemas para traducirla en verdadera superioridad operativa. Chile, en cambio, ha invertido durante décadas en la mayoría de estos subsistemas, lo que le otorga una resiliencia y proyección estratégica que no se compra con una sola transacción.
VII. TABLA COMPARATIVA SINTÉTICA: ASIMETRÍAS ESTRUCTURALES
| Componente Crítico | Argentina (con F-16) | Chile (FACh) | Brecha / Ventaja Clave |
| Plataforma Principal | 24 F-16A/B MLU (adquisición inicial) | 44 F-16 (modernizados a M6.6) | Cantidad y modernización autónoma. |
| Capital Humano / Experiencia | Reconversión masiva desde cero. Riesgo de sostenibilidad. | 20+ años de experiencia acumulada. Ciclo de entrenamiento maduro. | Ventaja decisiva de Chile. Experiencia vs. curva de aprendizaje. |
| Soporte Logístico-Industrial | Cadena de suministro por construir. Dependencia externa crítica. | Mantenimiento local, Industria pragmática con desafíos de mayor articulación, dependencia asimétrica con EE.UU. | Resiliencia estratégica de Chile vs. vulnerabilidad argentina. |
| Conciencia Situacional (C4ISR) | Carece de AWACS. C3 por desarrollar. | Red integrada: E-3D AWACS, Link-16, radares. | Ventaja cualitativa abrumadora de Chile. Guerra en red vs. plataformas aisladas. |
| Proyección y Autonomía | Sin tanqueros compatibles (KC-130H con sonda). | Flota de KC-135 (boom). Capacidad expedicionaria. | Chile proyecta poder; Argentina opera en radio limitado. |
| Arquitectura de Defensa Aérea | Dependencia inicial casi exclusiva de los F-16. | Defensa en capas: F-16 + NASAMS II + AWACS. | Chile tiene resiliencia (sistema). Argentina tiene un punto único de fallo. |
| Doctrina y Entrenamiento | Doctrina a reconstruir para guerra moderna (BVR, SEAD). | Doctrina conjunta madura en permanente desarrollo. Ejercicios internacionales constantes. | Madurez operacional vs. adopción inicial. |

VIII. CONCLUSIÓN: NORMALIZACIÓN, NO DISRUPCIÓN; VIGILANCIA, NO ALARMISMO
Desde el realismo estructural y la geopolítica chilena, lo que ocurre no es un «salto ofensivo argentino», sino una normalización tardía hacia un estándar mínimo de disuasión como parte de una tendencia subregional: Argentina pasa de no tener prácticamente cazas supersónicos a disponer de una fuerza F-16 razonable, pero con brechas críticas en AWACS, defensa aérea integrada, C3, reabastecimiento en vuelo, guerra electrónica y sostenibilidad industrial-logística.
Chile, en cambio, mantiene una ventaja estructural sistémica y multidimensional, desarrollada como respuesta a sus vulnerabilidades geográficas históricas: un territorio angosto, fragmentado y sin profundidad, que obliga a una disuasión basada en calidad, alerta temprana, integración y resiliencia estratégica selectiva (Leyton, 2000; Ministerio de Defensa Nacional de Chile, 2020).
Esta ventaja no se reduce a más aviones; se expresa en una arquitectura de defensa aérea en capas, décadas de experiencia acumulada, una industria de defensa pragmática y una doctrina conjunta. En términos de balance, la brecha se acorta levemente en la plataforma individual «caza», pero se mantiene ampliamente a favor de Chile cuando se evalúa el poder aéreo como un sistema complejo e interconectado (Baquero-Valdés, 2020).
Por eso, más que un rearme desestabilizador, esto configura un recalce del rezago argentino dentro de un marco en el que Chile sigue detentando, por diseño estratégico y continuidad programática, la superioridad aérea regional integral.
El dilema de seguridad existe en potencia —cualquier incremento de capacidades en un vecino puede ser leído como amenaza, especialmente para un país con la sensibilidad geopolítica chilena (Jervis, 1978)—, pero hoy aparece contenido y gestionable.
La asimetría sistémica sigue favoreciendo a Chile y, mientras se conserven canales políticos fluidos, lo racional es vigilar, ajustar márgenes de inversión de manera incremental y evitar sobre reacciones que podrían desatar una dinámica de competencia indeseada.
La llegada de los F-16 a Argentina es un recordatorio estratégico útil: confirma que la seguridad de Chile no puede depender de los prolongados ciclos de la debilidad vecinal, sino de la constante actualización de sus propias ventajas sistémicas, la inversión sostenida en capital humano y la preservación de su autonomía decisional en un escenario regional que, aunque estable, nunca es estático.
En definitiva, no es recomendable estimular una sobrerreacción política, sino profundizar el modelo de gestión de defensa que ha otorgado ventaja: continuidad, pragmatismo y una visión de largo plazo anclada en una realista comprensión de nuestras propias vulnerabilidades y fortalezas.

Referencias
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