Por: Equipo de redacción

Desde que las potencias ibéricas comenzaron a trazar portulanos en el Atlántico y el Índico, la lucha por el control de los mares ha sido también una lucha por el control de la información. Quien tenía mejores cartas dominaba rutas, definía derroteros seguros, organizaba el comercio y proyectaba fuerza militar más allá de su litoral. 

Del secreto de las “cartas de pilotos” en los siglos XVI y XVII a la hegemonía cartográfica del Almirantazgo británico en el XIX, la superioridad naval se sostuvo tanto en cañones y astilleros como en la capacidad de representar y ordenar el espacio marítimo.

La geopolítica clásica del mar (Mahan, 1890) entendió que el poder marítimo no se reduce a la flota o a los puertos, sino que descansa también en la voluntad política para desarrollar  redes materiales y simbólicas que convierten el océano en un espacio a gobernar: cartas, derroteros, faros, ayudas a la navegación, estándares y hoy también, datos digitales. 

En el siglo XXI, esa infraestructura se ha vuelto explícitamente informacional: cartas electrónicas, modelos batimétricos, capas de datos interoperables y sistemas de ayuda a la decisión en el puente, que constituyen lo que algunos autores han denominado infraestructuras de conocimiento (Karasti et al., 2016) , es decir, entramados de instituciones, tecnologías y datos sobre los cuales los Estados sostienen su capacidad de ver, anticipar y actuar en espacios estratégicos como el Ártico y la Antártica.

En ese contexto, la publicación por parte del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA) de la primera Carta Náutica Electrónica (CNE) en formato S-101 de la Antártica no es sólo una buena noticia tecnológica. Es una señal estratégica. Veintidós años después de que Chile publicara una de las primeras CNE antárticas en el estándar S-57, el país vuelve a situarse entre los adoptantes pioneros de la nueva generación de cartas electrónicas al aplicar S-101 en uno de los teatros más complejos del planeta. 

Detrás de una carta náutica hay algo más que símbolos y batimetrías: hay actividad estatal, producción de conocimiento, alianzas tecnológicas y una forma concreta de proyectar presencia en el continente blanco, dentro de los marcos y límites del Sistema del Tratado Antártico, en línea con la caracterización de la Antártica como espacio de disputa geopolítica y de escenarios de gobernanza en tensión (Valdivia & Ibarra Zoellner, 2023).

Esta nota sostiene que la hidrografía antártica chilena —y, en particular, la puesta en servicio de CNE S-101— puede leerse como un ejemplo de infraestructura de conocimiento que articula defensa, ciencia y diplomacia. Pero también advierte que este tipo de liderazgo técnico no se traduce automáticamente en capacidad geopolítica: depende de decisiones políticas, financiamiento sostenido, gobernanza interinstitucional y de la capacidad del país para administrar sus propias vulnerabilidades.

Imagen: «Cadetes de la Escuela Naval realizaron navegación por los canales australes». Armada de Chile, 2017

1. Una señal estratégica

El 25 de noviembre de 2025, el Shoa informó la publicación de la sexta edición de la carta SHOA N° 14231 (INT 9122) “Bahía Chile, Puerto Soberanía, Ensenadas Rojas e Iquique”, tanto en papel como en sus formatos electrónicos S-57 y en el nuevo estándar S-101. (SHOA, 2025)

Este hito tiene antecedentes históricos de larga data. La presencia nacional en la Antártica tiene más de siete décadas: en 1947 se inaugura la base “Capitán Arturo Prat”, primer asentamiento permanente, y ese mismo año el entonces Departamento de Navegación e Hidrografía comienza a producir cartografía sistemática en la península. La continuidad entre esas primeras representaciones del litoral antártico y la nueva S-101 constituyen a la cartografía como un instrumento de la política antártica chilena y de su aspiración a ser reconocido como “país antártico” de pleno derecho.

En 2003, el SHOA publicó la que se ha presentado como la primera Carta Náutica Electrónica de la Antártica emitida por un servicio hidrográfico nacional en el estándar S-57. Hoy la institución afirma haber puesto en circulación la primera CNE antártica en el nuevo estándar S-101, justo cuando la Organización Hidrográfica Internacional (IHO) y la Organización Marítima Internacional (OMI) impulsan la transición hacia la familia S-100 como base de los futuros sistemas Electronic Chart Display and Information System (ECDIS). Más allá de matices en la prioridad cronológica con otros servicios hidrográficos, se trata de un salto temprano en una dirección que será obligatoria para todos.

Desde una lectura estratégica, este hecho importa por al menos tres razones:

  • Posiciona a Chile como proveedor de seguridad de la navegación en una de las zonas más riesgosas del planeta, ampliando su oferta de bienes públicos globales más allá de la presencia logística o científica tradicional.
  • Establece un nuevo soporte material a la narrativa de “país antártico”, en coherencia con la Política Antártica Nacional, donde presencia, ciencia y protección ambiental son ejes estructurales; no se trata sólo de izar banderas, sino de habilitar operaciones seguras de múltiples actores.
  • Envía una señal al sistema internacional: un Estado de renta media y ubicado en la periferia del sistema puede situarse entre los primeros implementadores de un estándar global, en lugar de limitarse a recibir tardíamente soluciones diseñadas por otros.

La carta S-101 antártica es, en ese sentido, un gesto de política exterior y de poder marítimo tanto como un avance técnico. Pero es también una prueba: si el país no logra sostener y escalar este esfuerzo —en un contexto de restricciones presupuestarias y prioridades políticas cambiantes— el liderazgo puede transformarse rápidamente en un episodio aislado más que en una ventaja estructural.

2. Qué significa S-101 (y por qué no es sólo “otra carta”)

El salto de S-57 a S-101 no es cosmético. Responde a la adopción por parte de la IHO del estándar S-100, un modelo universal de datos hidrográficos alineado con las normas ISO 19100 (IHO, 2024), pensado para integrar múltiples capas de información (batimetría, corrientes, avisos, límites marítimos, hielo, restricciones ambientales, etc.) en un solo ecosistema digital. S-100 no es una carta, sino un marco para organizar datos que luego serán explotados por diferentes sistemas, entre ellos los ECDIS.

Dentro de esa familia, S-101 es la nueva especificación de producto para las Electronic Navigational Charts (ENC): define cómo los servicios hidrográficos construyen y distribuyen estas cartas para su uso en ECDIS, con más atributos, mejor codificación y plena interoperabilidad con otras capas S-100 como S-102 (batimetría de alta resolución), S-111 (corrientes superficiales), S-124 (avisos a los navegantes) o S-129 (gestión de calado bajo quilla).

Al menos cuatro cambios son relevantes para la discusión estratégica:

  • Más datos, mejor estructurados: S-101 amplía y refina la información atribuida a cada elemento (boyas, sondajes, áreas restringidas, hielo, zonas de resguardo ambiental), lo que permite automatizar alertas de seguridad y optimizar rutas. Un ECDIS que opera con S-101 puede, por ejemplo, combinar calados dinámicos con áreas ambientalmente sensibles y condiciones de hielo para sugerir derroteros más seguros y sostenibles.
  • Interoperabilidad real: las ENC dejan de ser un producto aislado y pasan a convivir en un “ecosistema S-100” en el que distintas capas geoespaciales se combinan en tiempo casi real. Para un espacio como la Antártica, donde convergen intereses científicos, logísticos y ambientales, esa capacidad de superponer información batimétrica, oceanográfica y regulatoria es decisiva.
  • Transición regulatoria en marcha: la IHO ha definido un calendario para la implementación de S-100 que apunta a una década de cohabitación “dual fuel” entre S-57 y S-101, a medida que los ECDIS de nueva generación se generalicen. Chile, al producir ya cartas S-101 antárticas, se adelanta a una exigencia que será ineludible, pero al mismo tiempo se compromete a mantener capacidades de actualización en un entorno tecnológico que seguirá evolucionando. (Powell, 2011)
  • Menos “ruido” para el puente de mando: una de las críticas a la primera generación de ECDIS fue la sobrecarga de alarmas y símbolos, que podía generar fatiga informativa. S-101 incorpora mejoras en la estructura de datos y en la lógica de presentación que permiten —si la implementación es cuidadosa— reducir falsas alarmas y mejorar la conciencia situacional del puente.

Que una de las primeras ENC antárticas S-101 lleve sello chileno significa que el SHOA no está sólo cumpliendo estándares: se sitúa entre los servicios capaces de operar tempranamente en la nueva arquitectura S-100.

3. Navegar entre hielos: seguridad marítima en aguas polares

La Antártica es uno de los entornos más complejos del planeta para la navegación: meteorología extrema, hielo en constante movimiento, baja densidad de ayudas a la navegación, capacidades de búsqueda y rescate (SAR) limitadas, largas distancias a puertos seguros y una creciente presión de actividades turísticas y científicas. En ese contexto, una carta más precisa y rica en atributos es un instrumento de seguridad y de gestión de riesgos ambientales.

El Código Polar de la OMI elevó las exigencias para la navegación en altas latitudes con requisitos adicionales sobre diseño y construcción de buques, entrenamiento de tripulaciones y planificación de viajes. El cumplimiento efectivo de estas normas depende, en la práctica, de contar con cartas y datos hidrográficos confiables y actualizados; sin ellos, la brecha entre el Código y las condiciones reales de operación se ensancha peligrosamente.

En el área de responsabilidad de Chile, esto se traduce en:

  • Menor probabilidad de varaduras y colisiones de buques científicos, logísticos y turísticos, especialmente en pasos estrechos, canales mal sondeados o zonas con hielo a la deriva.
  • Mejor gestión del riesgo de derrames, accidentes o encallamientos en zonas ambientalmente sensibles, donde un incidente puede tener costos reputacionales y diplomáticos significativos para el país.
  • Mayor seguridad para las propias unidades de la Armada, que siguen estando en la primera línea de cualquier operación SAR o de apoyo a bases nacionales y extranjeras.

Sin embargo, el salto a S-101 no representa una superación general de los riesgos contemporáneos: buena parte de la cartografía antártica sigue basada en levantamientos incompletos o antiguos; la infraestructura SAR es escasa en comparación con el tamaño del teatro; y las capacidades de muchos operadores privados para interpretar correctamente información compleja no son homogéneas. La nueva carta chilena mejora las condiciones en el puente para la navegación, pero no sustituye la necesidad de políticas de control, fiscalización, entrenamiento y coordinación internacional.

Desde una óptica de estudios estratégicos, la S-101 antártica fortalece la capacidad de Chile para sostener un flujo más seguro de plataformas hacia sus bases y proyectar presencia en un espacio donde la logística es, en sí misma, un factor de poder. Pero ese poder tiene un costo financiero y político que debe hacerse explícito y por tanto, constituirse como un elemento integrante de los proyectos políticos nacionales.

4. Cartografía, ciencia y diplomacia antártica

La cartografía náutica suele verse como una tarea técnica, pero en la Antártica tiene un claro componente diplomático. Producir y compartir datos hidrográficos de alta calidad sostiene la diplomacia científica chilena en el Sistema del Tratado Antártico, donde el conocimiento experto es una de las bases del estatus consultivo. La hidrografía, en este contexto, no es sólo un servicio de apoyo a la navegación militar, sino un vector de presencia cooperativa en un régimen que prohíbe la militarización y congela las reclamaciones de soberanía.

Al ofrecer tempranamente cartas S-101 del continente blanco, Chile:

  • Se posiciona como proveedor de infraestructura de datos para la comunidad internacional que opera en su área de responsabilidad, reforzando la imagen de actor responsable y técnicamente competente.
  • Refuerza su estatus de Estado consultivo relevante, no sólo por el número de campañas científicas, sino por su capacidad de habilitar operaciones de terceros mediante información segura.
  • Se inserta en la discusión global sobre datos abiertos, interoperabilidad, ciberseguridad y gobernanza de la información geoespacial, donde la familia S-100 aparece como plataforma común para integrar desde cartas hasta avisos, corrientes y delimitaciones espaciales.

Al mismo tiempo, es necesario evitar una visión puramente instrumental de la ciencia. Los programas hidrográficos y oceanográficos vinculados a la Antártica no son meros recursos al servicio de la política exterior: responden también a agendas de investigación definidas por comunidades científicas que tienen sus propias lógicas, tiempos y compromisos internacionales. Pensar la hidrografía como infraestructura de conocimiento implica reconocer esa pluralidad de actores y evitar que la agenda científica quede subordinada mecánicamente a los ciclos políticos o a prioridades sectoriales de corto plazo.

Tampoco se puede perder de vista que Chile no opera solo. Otros actores antárticos —Argentina, Reino Unido, China, Australia, EE.UU., entre otros— mantienen servicios hidrográficos robustos y programas científicos consolidados. El valor específico de la experiencia chilena no está en publicar “primero” en formato S-101, sino además, en demostrar consistencia, confiabilidad y capacidad de cooperación a largo plazo, especialmente en un entorno donde las tensiones geopolíticas globales tienden a filtrarse en los foros científicos y ambientales.

5. CAPACIDADES ESTRATÉGICAS NACIONALES: DEL SHOA AL ROMPEHIELOS

La publicación de la primera Carta Náutica Electrónica (CNE) en formato S-101 de la Antártica es el resultado acumulado de décadas de trabajo hidrográfico del SHOA en el continente blanco. Campañas antárticas sucesivas —realizadas durante años con embarcaciones como la lancha hidrográfica “LH-02 Orca” y otras unidades de la Armada— permitieron recopilar los datos batimétricos, geodésicos y oceanográficos que constituyen la base de esta nueva carta. Este esfuerzo sostenido demuestra que la capacidad hidrográfica antártica chilena es parte de una vocación marítima nacional.

Sin embargo, la entrada en escena del rompehielos AGB-46 Almirante Viel —el “Viel II”— representa un salto cualitativo en las posibilidades de ese trabajo acumulado. Concebido como parte del “trinomio antártico” junto al OPV patrullero Marinero Fuentealba y el remolcador Lientur, el Viel no es solo un medio de transporte logístico: es un laboratorio flotante y una plataforma de adquisición de datos de última generación. Con capacidad para operar en hielo de hasta un metro de espesor y albergar alrededor de 150 personas entre tripulación e investigadores, está diseñado para ejecutar campañas prolongadas incluso en condiciones invernales, algo que antes era logísticamente muy complejo.

La relación entre el SHOA y el Viel II, por lo tanto, no mira al pasado reciente de la S-101, sino que define el futuro de la hidrografía antártica nacional. Esta combinación se puede leer en tres planos estratégicos:

LH-02 ORCA en misión hidrográfica 2024
  1. Potenciación de la capacidad de captura de datos: El SHOA dispone ahora de una plataforma estable, resiliente y tecnológicamente equipada —con sonares multihaz, perfiladores de corrientes y laboratorios a bordo— para actualizar y densificar la información de zonas críticas como el Estrecho de Bransfield, canales polares y áreas de alto tráfico científico-turístico. Esto permitirá migrar de una cartografía basada en levantamientos, en algunos casos, antiguos o parciales, a modelos batimétricos de alta resolución y cobertura sistemática, esenciales para explotar todo el potencial del ecosistema S-100.
  2. Síntesis operativa entre defensa, industria y ciencia: La construcción del Viel por ASMAR demostró que la industria nacional puede entregar plataformas complejas para ambientes extremos. El siguiente paso es integrar esa plataforma en un circuito de valor donde el SHOA agregue el procesamiento bajo S-100, la comunidad científica defina requerimientos de datos y otras agencias estatales —como los ministerios de Ciencia, Transporte y Medio Ambiente— participen en la gobernanza de la información. Se trata de un modelo de “triple hélice” aplicado al ámbito marítimo-antártico, donde el buque actúa como nodo material y el SHOA como nodo de inteligencia geoespacial.
  3. Un circuito de capacidades nacionales: La combinación SHOA-Viel comienza a configurar un “circuito de capacidades” propio: Chile no solo opera un rompehielos, sino que integra diseño naval, operación polar, adquisición masiva de datos, procesamiento en estándares S-100 y distribución de productos hidrográficos a la comunidad internacional. Esto reduce la dependencia de terceros en segmentos críticos de la cadena de valor polar, aunque sin eliminarla —el país sigue sujeto a estándares globales, cadenas de suministro y lógicas de interoperabilidad que exigen una estrategia de cooperación inteligente.

Desde una perspectiva de política pública, el mensaje es claro: sin el trabajo histórico del SHOA, el Viel carecería de un marco de misión hidrográfica claro. A la inversa, sin las capacidades del nuevo rompehielos, la ventaja inicial de la S-101 antártica podría diluirse por falta de capacidad para actualizar y escalar el modelo de datos. La sostenibilidad de este binomio dependerá de decisiones presupuestarias, de la formación de capital humano especializado y de una coordinación interinstitucional que evite que el buque se convierta en un activo subutilizado. Traducir esta combinación en una ventaja geopolítica duradera es uno de los desafíos estratégicos clave para Chile en la Antártica.

AGB-46 Almirante Viel

6. Mapear para existir: riesgos y recomendaciones

La cartografía siempre ha sido una forma de poder. Quien nombra, delimita y mide un espacio, en cierta medida lo ordena y hace inteligible. En la Antártica, donde las reclamaciones territoriales están congeladas pero no desaparecen de la memoria histórica, la producción de cartas es parte del repertorio con que los Estados sostienen su condición de “países antárticos” y su capacidad de influir en las decisiones colectivas del Sistema del Tratado. Pero esa influencia opera más por reconocimiento de capacidades y contribuciones que por gestos unilaterales de soberanía, estrictamente limitados por el propio régimen jurídico antártico.

En el caso chileno, la nueva S-101 antártica puede leerse como:

  • Una actualización de un gesto histórico que va desde las primeras cartas de bahía Chile hasta las CNE de principios de siglo XXI: continuidad de presencia y de producción de conocimiento.
  • Un instrumento de legitimidad frente a la comunidad internacional: Chile muestra que no sólo formula aspiraciones, sino que invierte en bienes públicos como la seguridad de la navegación y la provisión de datos para la ciencia y la gestión ambiental.
  • Un recurso narrativo para la política interna: ofrece una evidencia concreta de que el país puede estar en la frontera tecnológica y científica en un tema donde confluyen defensa, industria estatal y cooperación internacional, aunque esa evidencia compita por atención con urgencias sociales más visibles.

Pero también hay riesgos. Convertir la carta S-101 en un hito aislado sin asegurar la continuidad del esfuerzo que la hizo posible —campañas hidrográficas, mantención del Viel II, inversión en talento humano del SHOA, actualización permanente bajo el ciclo S-100, protección de los sistemas frente a ciberamenazas— ni discutir seriamente los costos de oportunidad asociados. Otro es perder de vista que la cartografía antártica debe dialogar con una estrategia de largo plazo que integre:

  • Política antártica nacional.
  • Planificación de infraestructura portuaria y logística en Magallanes y otros nodos del sur austral.
  • Desarrollo gradual de una base industrial y tecnológica ligada al ámbito marítimo y polar, articulada con la BIDEF y con el sistema de ciencia y tecnología civil.
  • Esquemas de financiamiento y cooperación —incluidas fórmulas público-privadas y acuerdos internacionales— que permitan sostener capacidades.
  • Mecanismos de coordinación interministerial y de participación de la comunidad científica, que eviten que la agenda antártica quede capturada por una sola institución o lógica sectorial.

Sin ese marco, Chile corre el riesgo de ser un pionero efímero: situarse entre los primeros en publicar una S-101 antártica, pero sin transformar esa ventaja en una posición más robusta en el sistema antártico ni en una mayor resiliencia de su propio aparato estatal frente a los cambios del entorno polar.

Para que este hito se traduzca efectivamente en capacidad geopolítica, consideramos algunas recomendaciones operativas:

  • Consolidar una hoja de ruta antártica de datos y cartografía, donde el SHOA, la Armada, los ministerios civiles competentes y la comunidad científica acuerden prioridades, plazos y responsabilidades.
  • Integrar explícitamente la dimensión hidrográfica y de S-100 en los instrumentos de planificación de defensa, política exterior y ciencia, evitando duplicidades y disputas por recursos.
  • Desarrollar una política de ciberseguridad geoespacial, que considere los riesgos de manipulación, interrupción o espionaje sobre sistemas críticos de navegación y datos en un entorno crecientemente digitalizado.
  • Profundizar la cooperación con otros Estados antárticos, tanto en el plano científico como en el hidrográfico, combinando la aspiración de liderazgo con una disposición real a compartir capacidades y aprender de experiencias.
  • Incorporar evaluaciones periódicas de costo-beneficio y de impacto estratégico de las inversiones en hidrografía y plataformas polares, de modo que el debate democrático sobre prioridades presupuestarias pueda basarse en evidencia y no sólo en narrativas.
1. ATCM Milan 2025. 2: Consejo de Política Antártica aprueba el Plan Estratégico Antártico 2026–2030

A modo de cierre

La primera carta S-101 de la Antártica es mucho más que la suma de polígonos y sondajes en una pantalla ECDIS. Es el resultado concreto de décadas de presencia chilena en el continente blanco, de un servicio hidrográfico que se ha alineado con los estándares globales más avanzados y de un rompehielos —el Viel II— que permite convertir esa ambición en datos. 

Es también una prueba de estrés para el sistema político y administrativo: ¿será capaz el país de sostener en el tiempo una infraestructura de conocimiento que exige recursos, coordinación y visión geopolítica?

Si Chile consigue articular este hito con una estrategia antártica de largo aliento, con inversión sostenible en capacidades logísticas, industriales y científicas, con una gobernanza que integre a actores civiles y militares y con una comprensión realista de sus propias limitaciones, la S-101 no será sólo la primera carta de una nueva era: puede convertirse en la pieza inaugural de una arquitectura de poder marítimo e informacional a la altura de lo que el país dice aspirar en el sur del mundo. 

Referencias:

Mahan, A. T. (1890). The Influence of Sea Power upon History, 1660–1783. Boston: Little, Brown and Company

Karasti, H., Millerand, F., Hine, C. M., & Bowker, G. C. (2016). Knowledge infrastructures: Part I. Science & Technology Studies, 29(1), 2–12.

Valdivia, V., & Ibarra Zoellner, M. M. (2023). Conflicto geopolítico antártico: perfilando los escenarios sobre el futuro de la gobernanza internacional antártica. Cuaderno de Trabajo N.º 4, Centro de Investigaciones y Estudios Estratégicos, ANEPE.

Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA). (2025). «SHOA publica primera Carta Náutica Electrónica S-101 de la Antártica a nivel mundial». DIRECTEMAR – Noticias, 25 de noviembre de 2025.

International Hydrographic Organization (IHO). (2024). S-100 – Universal Hydrographic Data Model (Ed. 5.2.0). Monaco: IHO.

Powell, J. (2011). The New Electronic Chart Product Specification S-101. TransNav: International Journal on Marine Navigation and Safety of Sea Transportation, 5(2), 281–290.

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